domingo, mayo 14, 2006

4/ flores pútridas


Él conoce los sitios más apestosos de la ciudad. Los lugares que de tan sólo pasar sobre ellos, se escapan los fantasmas de la muerte y el hedor alcanza dimensiones espantosas. Él a veces ve la gente retorciéndose en sus asientos, aguantando la respiración. Él disfruta de esos lugares porque son los únicos que le salvan de morir. Disfruta tratando de separar por su condición cada uno de los elementos pútridos del hedor. Por aquellos olores ha conocido como apesta un feto abortado y arrojado al basurero, un perro al costado de la carretera inundado por miles de gusanos, el aliento de los ebrios vagabundos, las toallas desangradas de las vírgenes y más. Él conoce los sitios más apestosos de este lugar como el rincón más puro de sus sueños.

Él piensa que alguien en cualquier parte del mundo le está soñando en este mismo momento, piensa que tal vez ese alguien duerme en una suave cama o en un solitario callejón entre cajas y botellas vacías, tal vez ese alguien simplemente se toma la tarde para una siesta o acaba de caer bajo el efecto de un somnífero, o es más terrible aún: tal vez se encuentre postrado en una blanca cama de hospital, sumido en un eterno estado de coma, quizá alguien le llore, quizá esté más sólo que el más solitario de este mundo, o tal vez viaja dormido en un bus hacia otra ciudad, y escapa de casa, de su pasado, de sus amigos, de su vida en general. O puede ser que en realidad él piensa que ese alguien que le está soñando simplemente cabecea en este mismo viejo y destartalado microbús en el que también voy yo ahora, claro, solo en forma de voz en off.

Le digo: “No te preocupes, sólo ocúpate de vivir tu vida”. Él me dice aireado sin saber a donde dirigir su miarada, lógico, porque no me puede ver: “¡Pero cómo dices eso! ¿Acaso no entiendes que todo esto es ridículo?” Le pregunto, sin ánimo de confundirlo más: “¿Qué es ridículo?” Me dice más aireado aún: “¡Esto, todo esto! Estar atrapado en este microbús es tan tonto. No puedo bajar, no puedo posar mis pies sobre la hierba fresca, no puedo caminar por las calles, debo estar aquí y dar vueltas y vueltas día tras día. ¡Cuánto tiempo más, mierda! A veces me pregunto por qué no fue esto un castillo, por qué no me dieron dragones para degollar, por qué no marcaron en mi destino una princesa a quien salvar, ¡o molinos de viento! Molinos de viento como en El Quijote, guau... ¡Por qué no me otorgaron a Sancho por compañero o Mefistófeles como enemigo! Por qué yo soy yo, por que no soy un centauro, un Ulises, un Job para enfrentarme a Dios. Por qué este viejo y sucio microbús... y todo ese mundo a través de la ventana. Estoy harto de dar vueltas interminablemente a través de esta miserable ciudad de cielo gris. Dime por favor, te lo ruego, ¿acaso tú, quien quiera que seas, persona o cosa, espíritu o lo que sea, ¿sabes cómo puedo hacer para despertar a aquel que trama todo esto? ¿Cómo abrirle los ojos a este terrible Morfeo, cómo encontrar a aquel que me está inventando en su delirio?” Le digo, suavizando mi voz: “¡Vamos! No te desesperes, sólo ocúpate de vivir tu vida, seguir en este viaje y cerrar bien los ojos”. Me dice casi al borde de arrancar escupitajos y agitando sus puños al aire, con las ganas de golpear a cualquier lado que sea donde yo estuviese: “¡Eres un miserable, pero no necesito tu ayuda, hijoeputa! Yo mismo encontraré la forma de despertar a ese maldito Morfeo que trama, que me da vida”. Intento calmarlo, le digo como sorprendido: “Mira, allá hay un anciano que duerme, aquel, el que está en el asiento de la izquierda, no, el otro, ése que tiene la cabeza pegada al vidrio”. Me dice extrañado, pero aún resoplando: “Sí, ya lo vi, y qué tiene”. Le digo: “Recuerda lo que me dijiste, tú mismo encontrarás la manera de salir de aquí”. Me interrumpe: “Sí, ya lo verás, igual que ya verá ese maldito anciano dormilón que me está soñando. Ese maldito viejo es quien está tramando todo esto, es él quién sueña esta putada”. Se acerca al viejo decidido a levantarlo a golpes, se detiene, mira a su alrededor, busca algo, ha tironeado del pasamanos de un asiento, ha logrado sacarlo, ahora se acerca donde el anciano nuevamente, está a punto de golpearlo, le digo rápidamente: “¿De verdad crees que sea ese anciano? ¿De veras lo crees? Piensa, lo puedes matar y... y a dónde...” Me interrumpe: “¿...a dónde voy a llegar si mato al que me sueña? No pierdo nada con averiguarlo. Ahora verá ese viejo. Le digo ya gritando: “¡Espera, espera! Mejor acércate despacio a él sin estar fanfarroneando de que no te importa nada y levántalo tranquilamente, sin tanto escándalo, de una manera digna, ¿no crees? Me dice ya más calmado: “Sí, lo haré, intentaré despertarlo tranquilamente. No sé cómo te hago caso”.

Cuando se acerca, me dice: “Este viejo apesta” Le digo que respire hondo, lo hace y se acerca lentamente. Le digo que recuerde que no es por viejo que apesta, que es su humanidad la que apesta. Él piensa en silencio que uno no se da cuenta de su propia pestilencia sólo hasta cuando huele algo limpio y se dice que al final el viejo no huele tan mal, solo huele a viejo. O quizá está pensando que solo hasta cuando dejas de apestar uno se da cuenta que los demás apestan. Le digo: “Nunca dejas de apestar, nos vamos de esta vida apestando”. Me dice: “Este viejo sí que apesta. Los viejos y los recuerdos apestan”. Le digo: “Vamos, qué esperas, despiértalo de una buena vez y si tienes razón nos iremos todos de aquí. ¡Vamos, despiértalo ya!” Ahora está indeciso, me dice que tampoco desespere, que hay algo raro en todo esto, pero que no sabe qué es. Le digo impaciente: “¿A qué le tienes miedo? ¿a morir?” Me responde débilmente: “No, no es eso, ¿y si me estoy equivocando?” Ahora yo soy el ofuscado. A veces no lo entiendo, le digo que no dude, que duda mucho, que debería actuar más y pensar menos, que deje las dudas para el que trama, que él solo necesita vivir un segundo y luego morir para volver a revivir ese segundo eternamente. Se lo digo exactamente así: “Recuerda esto, si vives más noches aquí, más días, más segundos... apestarás, tus recuerdos apestarán. Serás el personaje de una novela. En cambio un segundo de vida siempre apesta a flor, a papel, a libro abierto. ¿Qué prefieres, apestar a una flor, a todas las flores, a tiniebla, a todas las tinieblas? Vamos, despierta al viejo de una buena vez si crees que así puedes ir a casa. Vamos, hazlo de una vez y deja que todo lo demás apeste”. Me dice ahora casi acongojado: “Es que... No sé qué pasa ahora... Creo que no me atrevo, es tan complicado ver entre
tanto
blanco,
blanco

entre todo este
blanco blanco negro


que lo inunda

todo.


Me siento algo mareado, le digo ya con algo de enojo: “Escucha, o lo despiertas o lo despiertas, Hey, deja de mirar por la ventana, escúchame. O lo despiertas o... Ahora siento que me está mirando fijamente, claro, pero él en realidad está mirando a ninguna parte. A centrado su mirada en un punto fijo que no es ni arriba ni abajo, ni atrás ni adelante, solo un punto en ninguna parte. Me dice: “¿Acaso sabes dónde quedaron esos rostros que tanto amaste? ¿Alguna vez amaste?” Le digo sonriendo débilmente, claro, sin sonreír débilmente, es obvio: “No preguntes tonterías, déjame en paz”. Insiste: “¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste?” Le digo irritado que: “Está bien, está bien, sí, sí, sí, claro, como todos”. Me quedo en silencio un buen rato...

...Él me dice: “¿Te acuerdas de ese amor?” Y ahora yo: “Mm”. Y él: “¿Te acuerdas de algo?” Y yo: “Es triste, siento que hubiera vivido lo que sé que no he vivido, pero todo es tan borroso”. Me dice ahora: “¿Te acuerdas de tu primer beso?” “Mmm”. “¿Acaso no lo recuerdas? ¿No has sentido que todo se resume a eso? A tu primer beso, a tu primer juguete, a la niña que siempre amaste y nunca pudiste siquiera hablarle, a tu primera masturbación, tu primer dolor de muelas, a esa noche en que mojaste la cama, ¡a todas las noches que mojaste la cama! A tu primer cigarro y tu primera borrachera, a la primera vez que hiciste el amor. ¿No recuerdas todo esto? ¿Te acuerdas de tu primera vez?”

Le digo que quién necesita hacer el amor. Y él: “¡Maldición, es verdad, entonces nunca has amado! Nunca amaste a alguien. ¿Nunca sentiste el placer de otro cuerpo desnudo junto al tuyo?” Le digo: “Sí, claro...” Pero él me corta: “¡Entonces por qué no dices nada!” Pienso que son cosas mías, que no debo porque estar diciéndolas por ahí como si yo fuera el centro de este asunto, pero él pronto me corta ya gritando ya riéndose: ¡Maldición, no conoces el amor! El pobrecito no conoce el amor, no sabe lo que es el sexo”. Pienso que es un idiota, qué no lo entendería, pero cómo explicárselo, a ver intentaré por decirle primero: “¡Cállate! Ahora escucha bien, ¿no crees que alguien o algo como yo no debería tener un no-sexo? Me dice riéndose el muy pendejo: “¿No deberíamos tener sexo? Estás loco, la vida sería tan aburrida sin sexo. A lo que me refiero es que el sexo está muy relacionado con las ideas y las palabras, pensamos con el sexo, los hombres con el falo y las mujeres con la vagina. Le digo que está loco y que por favor no me haga reír, que está hablando por hablar, es más, se lo digo así: “¡Hablas por el culo! No me has entendido, digo que sería mejor ser un hermafrodita y que las ideas, las ideas, no deberían tener sexo. ¡Pero bah! Sería mejor que nos calláramos y dejáramos de hablar tanta mierda. Sería mejor que despertaras al viejo para irnos todos de aquí”.

Me dice con una sonrisita en los labios: “¿Entonces este hombre que duerme puede ser aquel que me está soñando? Qué miedo.” Le digo: “Puede, pero por qué no dejas de hablar y lo despiertas ya y nos vamos todos de este puto lugar”. Me dice: “Sabes, me estoy olvidando de todo aquí en este lugar. Mi memoria se ha esfumado. Me gustaría volver a ser niño, saber si tengo una familia, una mujer, hijos, estoy en medio de nada, en este limbo en forma de microbús que se repite constantemente. Quiero bajar de aquí, quiero dejar todo esto, por lo menos volver a recordar, recuperar mi memoria de niño, volver a la escuela, dejar de ser el hombre que soy y reconocer mi primer amor. De verdad, todo esto me da miedo”. Le digo que se calle con un fuerte grito, se calla, pienso que es la única forma de calmarlo, con gritos y órdenes, hablándole fuerte, a ver si así se le quita lo cojudo, pienso que con todo el tiempo que ya lleva aquí el pobre está volviéndose un taradito, parece que se le está olvidando todo, cada día que pasa metido en este microbús es como si volviera a ser un poquito más niño, un hombre viejo anhelando ser un niño. Pero así son lo sueños pues, uno a veces es un niño y de pronto actúa como tal, como lo que está siendo en el sueño. ¡Espera! Pero porque no lo había pensado antes. Le digo raudo, ya al segundo de que vaya a despertar al viejo: “¡Espera! Espera un segundo, no despiertes al viejo, escúchame antes! No lo despiertes aún. Espera un segundo, se me acaba de ocurrir una mejor idea, sería mejor susurrarle al oído algún otro sueño. Dices que tienes miedo, y el miedo es una reacción natural de los hombres a la muerte, pero también es la intuición del mal. Entonces para evitar ambas cosas, la muerte y la intuición del mal, mejor condicionamos el sueño del viejo. Sí, tal como un hipnotizador haría, susúrrale al oído que te sueñe en el preciso momento que la niña que nunca amaste se queda sola en medio del patio a la hora del recreo. Ah, y que las otras niñas estúpidas de costras en las rodillas no se aparezcan por ningún lado. Sí, dile que te sueñe como un niño con traje de superman o de cualquier superhéroe que la niña que nunca amaste admira tanto. Ah, y no te olvides de susurrarle al viejo que te ponga dos helados de fresa en la mano para compartir con la niña. No, mejor uno de fresa y otro de chocolate. Fresa para ella y chocolate para ti. Sé que es mi idea, quizá una aspiración personal, pero te lo juro, sí es una buena idea. Me dice: “Pero a mí me gustan los helados de chocolate. Es triste, ¿no? Con el tiempo hasta olvidas las cosas que de chico te hacían llorar de felicidad. Es triste, había olvidado que los helados de chocolate me gustaban, ahora no los recuerdo, no recuerdo el sabor de los helados de chocolate, no recuerdo siquiera el sabor de los helados”. Le vuelvo a recalcar: “¿Entonces estás totalmente de acuerdo con mi idea?” me lo confirma: “Sí, es algo extravagante, pero es una buena idea”. Le digo que entonces se concentre, que le susurre al viejo que lo saque de este estúpido sueño de estar atrapado en un microbús y lo lleve pronto a ese patio sucio de colegio nacional con la niña que nunca amó. Se lo digo así: “¡Ah, y esta vez sé más valiente! Sé todo un Don Juan, cuando estés frente a la niña acércate y dile... hola, muchacha linda, he venido a acompañarte toda la tarde, durante toda la vida que nos queda en este estúpido sueño de verano... ¡No, mejor no! ¡El hola es primordial! Intenta decirle un hola más dulce, el hola más tierno e inocente que hayas dicho en toda tu vida, el hola de un niño enamorado. ¿Cuántas veces has dicho hola?” Me responde: “No sé, tal vez millones de millones”. “Está bien, cambia todos esos millones de millones de holas aburridos, parcos, irónicos, burlones, estúpidos que has dado en tu puta vida y da uno solo, uno que valga la pena, uno que puedas recordar y revivir durante toda tu existencia. ¡Pero qué esperas! ¡Anda, dile al viejo que te está soñando que te saque de este estúpido microbús! Y vámonos todos a vivir de helados y holas a nuestra niña linda que espera en medio de nuestros recuerdos infantiles en cualquier patio sucio de colegio fiscal.

Se acerca al viejo y le dice suavemente: “Abuelo, hey, abuelo, olvide lo que está soñando. Mire, soy yo el que está siendo soñado y lo que usted está soñando conmigo no es lo que más me agrada. Sabe, es que éste lugar no me gusta para nada. No se vaya a molestar, estar atrapado en este microbús no tiene ninguna gracia para mí y para nadie en el mundo. Aquí todo apesta. Si fuera posible, cámbieme de sueño, se lo ruego, vamos, por favor, se lo agradecería infinitamente. Sé que es posible mudar de sueño, porque los sueños sueños son y la vida vida es. Y los sueños y la vida lo mismo son, o al menos eso dicen. Pero esto es demasiado. Es la misma pesadilla día tras día, segundo a segundo. Siempre eterno. Eterno. Así que creo que estoy en el derecho de pedirle, de pedirle no, ¡de exigirle como sujeto de sueño!, que cambie ligeramente el rumbo de las cosas que me rodean. Sería mejor que le explique lo que deseo. Estaba pensando en muchas cosas que me gustarían para este mi sueño. No se vaya ofender, pero... Mejor imagine esto... Un cielo azul. ¡No, mejor azul no! Todos los cielos son así, yo quiero algo especial, no un cielo azul, ni blanco, quiero un cielo anaranjado... ¡Con nubes amarillas y verdes! Y déjeme en medio del patio de un colegio fiscal, de esos pequeños, con carpetas pintarrajeadas y viejas, de aulas con vidrios rotos, baños sucios y niños sacados como de cuentos de brujas: niños flacos, niños desgraciados y miserables, niños salvajes y héroes, niños bestiales entre las bestias, niños revoltosos, niños santos. Ah, y quiero unas canicas azules con nubes blancas dentro, tal como el cielo de verano, quiero el cielo más feliz del mundo en mis canicas y unas vacas amarillas surcando el cielo. Y ahora viene lo principal. Quiero, señor soñador, señor Morfeo viejo, que me devuelva a la niña que siempre amé. Concédamela en medio del patio a la hora cero, la hora del recreo. Ya casi no la recuerdo, mejor dicho no la recuerdo, ni siquiera sé quién es; así que usted tendrá que completar lo demás, sus ojos de café humeante, sus labios de herida pálida y sus dos colitas negras y exuberantes como mis viejos zapatos de colegio...”


El viejo se ha levantado y le ha dicho con los ojos aún somnolientos: “¿Qué dices, hijo? No te escucho. Ya me levantaste. Dónde estoy. Debí bajarme hace mucho. Gracias por haberme levantado, caballero, quién es usted, ah, bueno, de todas maneras gracias por haberme levantado, ¿dónde estamos, caballero?” Él le ha mirado con la mirada triste, con el corazón afligido tanto como el mío al saber que no era el viejo quien estaba soñando toda esta mierda, y le ha respondido con una pregunta casi susurrada: “¿Qué, no era usted quien me estaba soñando?” El viejo, mirando afuera, a la calle, a través de la ventana, le ha respondido con otra pregunta: “¿De qué habla, caballero? No le entiendo, estoy muy viejo para escucharle bien. ¿A qué se refiere? Hable más alto para que le escuche”. “No se preocupe. Olvídelo, baje con cuidado y cuando llegue a casa abríguese”. “¡Qué dices, no te escucho! ¡Habla más alto!” “¡Digo que se cuide del mal tiempo!” “Oh, no lo permitiré, hombre. Míreme, estoy a punto de cumplir otro año más, ya ni recuerdo cuántos años pasaron desde la última vez que pensé en los años, lo importante es que estoy vivo para olvidar mi edad. Bueno, ahora sí debo bajarme aquí...”

Él piensa que en alguna otra parte del mundo en algún otro microbús, en un tren, en un subterráneo, un avión, bajo un árbol, en una suave cama luego de hacer el amor con la mujer más horrible del mundo, o en la pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que despierta y se da cuenta que en realidad alguien más lo está soñando y ese mismo está soñándonos a todos, a todos nosotros en este microbús. Me dice: “¿Crees que sea un hombre o una mujer quien sueña, quien trama todo esto?” Le digo: “No lo sé, quizá sea un estúpido, quizá sea una pulga o ambas cosas”. Piensa que a partir de ahora está solo, que siempre estuvo solo, que la soledad es el telón de fondo de este escenario blanco con aroma a papel. Me dice casi sin aliento: “Entonces debo encontrar a esa estúpida pulga y despertarla de este hedor”.


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