jueves, mayo 18, 2006

8/ Solo una mariposa azul


Una oreja es una cueva de piel. Siempre soñó con encontrar un lugar así donde esconderse. Se imaginaba entrando a una oreja para luego sentarse a escuchar todo lo que la humanidad pudiera ofrecer. Con el tiempo ha comprendido que sería una tortura, que siempre sería mejor no escuchar ni un lamento ni una brisa, nada, y escapar hacia el silencio de un caracol sería la felicidad perfecta.

Allá hay una oreja. Piensa, "debo acercarme". No sabe quién es el dueño o la dueña de esa cueva de piel, igual sigue adelante. Susurra: Ayúdeme, ayúdeme, se lo suplico, ayúdeme. El dueño o la dueña de la oreja ni se inmuta. Ayúdeme. No le mira. Ayúdeme. El microbús avanza. La velocidad es un vaivén triste. Ayúdeme. Miradas de extrañeza. La gente ahora le observa. Ayúdeme. El microbús se detiene. La oreja baja, es un lugar desconocido. Ayúdeme, necesito su ayuda. Ya de lejos. Solo silencio.

Otro desconocido o desconocida que ha huido de él. Alguien más que ha corrido creyéndole en delirio. Le ha condenado al silencio. Piensa: "no hay peor silencio que el que te grita que no existes". Cuánto tiempo ha pasado ya desde que él subió a este microbús, no lo recuerda. Los días pasan, el tiempo avanza, y él sin poder bajar. Tal vez todo sea una pesadilla, piensa. "Quizá en este mismo momento voy dormido. Sí, quizá eso es lo que sucede. Ahora mismo voy camino a casa, arrojado al sueño profundo con la cabeza pegada al vidrio, babeando, quizá roncando y apoyando mi cuerpo al hombro de una desconocida. Pero eso no podría ser posible, cualquier desconocida, ya furiosa, me hubiera despertado con un golpe". Cómo explicarse toda esta ridícula situación de dar vueltas y vueltas interminablemente en este microbús, eso, precisamente eso, no lo sabe. Solo sabe que allí está nuevamente esa mariposa azul.

La mariposa azul. Ha entrado por la ventana como siempre, como todos los días. Viene a revolotear sobre su rostro. "Es tan extraña su forma de volar", piensa, "que casi es como si fuera una personita atrapada en una mariposa azul". Esos incomprensibles caprichos con los que se guía a través del aire despiertan en él un profundo desconcierto. Ahora piensa en algo que antes le había rondado la cabeza de manera borrosa, se dice en silencio: "esta mariposa tiene un propósito", y lo busca, intenta pensar en ello y se queda mirándola durante horas y horas y sus ojos se cansan de mirar y de seguir su vuelo y se duerme y cuando despierta nuevamente la ve allí. Solo una mariposa azul dando vueltas en medio de este campo de flores que se erizan de terror.

Siempre soñó con un lugar donde esconderse. El microbús avanza.

martes, mayo 16, 2006

7/ flores negras


La naturaleza es sabia. Durante un puñado de tiempo les ofrece a las plantas, a los pájaros, a los árboles, a las piedras, al mar, al cielo, a todos los animales y a los propios hombres... una chance. Desde que llega al mundo, es decir desde que nace, el hombre se pone el disfraz de infante y de niño. Lo especial de este brevísimo periodo se centra en que allí "el hombre" está completamente indefenso.

Pienso en todo esto cuando en la pantalla de la TV un senderista, bien peinado, pálido y con los ojos hundidos, va leyendo ante un grupo de hombres notables esto : "Cuando uno se pone el uniforme, sea del color que fuere, uno pierde la visión de conjunto y se transforma en el soldado de una causa, preparado para matar o morir en defensa de la misma. Mucha gente, tanto de un lado como del otro, ha sufrido las consecuencias de esto; en medio de una violencia fratricida, ¿quién decide quiénes son culpables y quiénes inocentes? Cada bando defiende y exculpa a sus miembros, y hay que haber experimentado el combate para comprender cabalmente de qué es capaz la pasión humana. No quiero dejar pasar la oportunidad de dirigirme a todas aquellas personas, en especial a los hijos, a los padres, hermanos, amigos o esposos de aquellos que resultaron afectados directa o indirectamente por decisiones o acciones en las que yo haya estado involucrado; para pedirles, con un espíritu autocrítico y reflexivo, perdón. Perdón por haberlos dejado sin padres, hijos o hermanos; por haberlos hecho sufrir. Esto vale tanto para los que se consideraban enemigos, como para los amigos. Y aún más, pido perdón a mis propios hijos, por haberlos dejado sin padre, sin infancia, obligados a vivir en el desarraigo, en el refugio exterior e incluso prácticamente de la caridad; a todos ellos, repito, les pido perdón con el alma en vilo".

Ahora voy, me preparo un café y me quedo toda la noche y la madrugada olvidando, olvidando e intentando meterme de lleno en mi novela...

5/ debajo de las flores


Imagino que hay mucho miedo entre las flores. Debajo de ellas existe un pánico inconcebible. Los niños crecieron arriba, sobre los soles, los veranos, los autos lindos, los comentarios, y las tías regañándolos y llenándolos de mimos, el color de un mundo que iba avasallando y dejando de lado el miedo de los inexistentes como algo inexistente. Entonces los niños se hicieron hombres y extendieron los pétalos sobre el horizonte hasta cubrirlo todo por completo.

Si es verdad que los hombres buenos no dicen nunca, o casi nunca, la verdad, no lo sé. Soy alguien que escribe sin sentir absolutamente nada.


Qué hacer con flores gigantescas y hermosas cuando debajo de ellas, de sus luminosos pétalos, hay un terrible pánico.

domingo, mayo 14, 2006

4/ flores pútridas


Él conoce los sitios más apestosos de la ciudad. Los lugares que de tan sólo pasar sobre ellos, se escapan los fantasmas de la muerte y el hedor alcanza dimensiones espantosas. Él a veces ve la gente retorciéndose en sus asientos, aguantando la respiración. Él disfruta de esos lugares porque son los únicos que le salvan de morir. Disfruta tratando de separar por su condición cada uno de los elementos pútridos del hedor. Por aquellos olores ha conocido como apesta un feto abortado y arrojado al basurero, un perro al costado de la carretera inundado por miles de gusanos, el aliento de los ebrios vagabundos, las toallas desangradas de las vírgenes y más. Él conoce los sitios más apestosos de este lugar como el rincón más puro de sus sueños.

Él piensa que alguien en cualquier parte del mundo le está soñando en este mismo momento, piensa que tal vez ese alguien duerme en una suave cama o en un solitario callejón entre cajas y botellas vacías, tal vez ese alguien simplemente se toma la tarde para una siesta o acaba de caer bajo el efecto de un somnífero, o es más terrible aún: tal vez se encuentre postrado en una blanca cama de hospital, sumido en un eterno estado de coma, quizá alguien le llore, quizá esté más sólo que el más solitario de este mundo, o tal vez viaja dormido en un bus hacia otra ciudad, y escapa de casa, de su pasado, de sus amigos, de su vida en general. O puede ser que en realidad él piensa que ese alguien que le está soñando simplemente cabecea en este mismo viejo y destartalado microbús en el que también voy yo ahora, claro, solo en forma de voz en off.

Le digo: “No te preocupes, sólo ocúpate de vivir tu vida”. Él me dice aireado sin saber a donde dirigir su miarada, lógico, porque no me puede ver: “¡Pero cómo dices eso! ¿Acaso no entiendes que todo esto es ridículo?” Le pregunto, sin ánimo de confundirlo más: “¿Qué es ridículo?” Me dice más aireado aún: “¡Esto, todo esto! Estar atrapado en este microbús es tan tonto. No puedo bajar, no puedo posar mis pies sobre la hierba fresca, no puedo caminar por las calles, debo estar aquí y dar vueltas y vueltas día tras día. ¡Cuánto tiempo más, mierda! A veces me pregunto por qué no fue esto un castillo, por qué no me dieron dragones para degollar, por qué no marcaron en mi destino una princesa a quien salvar, ¡o molinos de viento! Molinos de viento como en El Quijote, guau... ¡Por qué no me otorgaron a Sancho por compañero o Mefistófeles como enemigo! Por qué yo soy yo, por que no soy un centauro, un Ulises, un Job para enfrentarme a Dios. Por qué este viejo y sucio microbús... y todo ese mundo a través de la ventana. Estoy harto de dar vueltas interminablemente a través de esta miserable ciudad de cielo gris. Dime por favor, te lo ruego, ¿acaso tú, quien quiera que seas, persona o cosa, espíritu o lo que sea, ¿sabes cómo puedo hacer para despertar a aquel que trama todo esto? ¿Cómo abrirle los ojos a este terrible Morfeo, cómo encontrar a aquel que me está inventando en su delirio?” Le digo, suavizando mi voz: “¡Vamos! No te desesperes, sólo ocúpate de vivir tu vida, seguir en este viaje y cerrar bien los ojos”. Me dice casi al borde de arrancar escupitajos y agitando sus puños al aire, con las ganas de golpear a cualquier lado que sea donde yo estuviese: “¡Eres un miserable, pero no necesito tu ayuda, hijoeputa! Yo mismo encontraré la forma de despertar a ese maldito Morfeo que trama, que me da vida”. Intento calmarlo, le digo como sorprendido: “Mira, allá hay un anciano que duerme, aquel, el que está en el asiento de la izquierda, no, el otro, ése que tiene la cabeza pegada al vidrio”. Me dice extrañado, pero aún resoplando: “Sí, ya lo vi, y qué tiene”. Le digo: “Recuerda lo que me dijiste, tú mismo encontrarás la manera de salir de aquí”. Me interrumpe: “Sí, ya lo verás, igual que ya verá ese maldito anciano dormilón que me está soñando. Ese maldito viejo es quien está tramando todo esto, es él quién sueña esta putada”. Se acerca al viejo decidido a levantarlo a golpes, se detiene, mira a su alrededor, busca algo, ha tironeado del pasamanos de un asiento, ha logrado sacarlo, ahora se acerca donde el anciano nuevamente, está a punto de golpearlo, le digo rápidamente: “¿De verdad crees que sea ese anciano? ¿De veras lo crees? Piensa, lo puedes matar y... y a dónde...” Me interrumpe: “¿...a dónde voy a llegar si mato al que me sueña? No pierdo nada con averiguarlo. Ahora verá ese viejo. Le digo ya gritando: “¡Espera, espera! Mejor acércate despacio a él sin estar fanfarroneando de que no te importa nada y levántalo tranquilamente, sin tanto escándalo, de una manera digna, ¿no crees? Me dice ya más calmado: “Sí, lo haré, intentaré despertarlo tranquilamente. No sé cómo te hago caso”.

Cuando se acerca, me dice: “Este viejo apesta” Le digo que respire hondo, lo hace y se acerca lentamente. Le digo que recuerde que no es por viejo que apesta, que es su humanidad la que apesta. Él piensa en silencio que uno no se da cuenta de su propia pestilencia sólo hasta cuando huele algo limpio y se dice que al final el viejo no huele tan mal, solo huele a viejo. O quizá está pensando que solo hasta cuando dejas de apestar uno se da cuenta que los demás apestan. Le digo: “Nunca dejas de apestar, nos vamos de esta vida apestando”. Me dice: “Este viejo sí que apesta. Los viejos y los recuerdos apestan”. Le digo: “Vamos, qué esperas, despiértalo de una buena vez y si tienes razón nos iremos todos de aquí. ¡Vamos, despiértalo ya!” Ahora está indeciso, me dice que tampoco desespere, que hay algo raro en todo esto, pero que no sabe qué es. Le digo impaciente: “¿A qué le tienes miedo? ¿a morir?” Me responde débilmente: “No, no es eso, ¿y si me estoy equivocando?” Ahora yo soy el ofuscado. A veces no lo entiendo, le digo que no dude, que duda mucho, que debería actuar más y pensar menos, que deje las dudas para el que trama, que él solo necesita vivir un segundo y luego morir para volver a revivir ese segundo eternamente. Se lo digo exactamente así: “Recuerda esto, si vives más noches aquí, más días, más segundos... apestarás, tus recuerdos apestarán. Serás el personaje de una novela. En cambio un segundo de vida siempre apesta a flor, a papel, a libro abierto. ¿Qué prefieres, apestar a una flor, a todas las flores, a tiniebla, a todas las tinieblas? Vamos, despierta al viejo de una buena vez si crees que así puedes ir a casa. Vamos, hazlo de una vez y deja que todo lo demás apeste”. Me dice ahora casi acongojado: “Es que... No sé qué pasa ahora... Creo que no me atrevo, es tan complicado ver entre
tanto
blanco,
blanco

entre todo este
blanco blanco negro


que lo inunda

todo.


Me siento algo mareado, le digo ya con algo de enojo: “Escucha, o lo despiertas o lo despiertas, Hey, deja de mirar por la ventana, escúchame. O lo despiertas o... Ahora siento que me está mirando fijamente, claro, pero él en realidad está mirando a ninguna parte. A centrado su mirada en un punto fijo que no es ni arriba ni abajo, ni atrás ni adelante, solo un punto en ninguna parte. Me dice: “¿Acaso sabes dónde quedaron esos rostros que tanto amaste? ¿Alguna vez amaste?” Le digo sonriendo débilmente, claro, sin sonreír débilmente, es obvio: “No preguntes tonterías, déjame en paz”. Insiste: “¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez amaste?” Le digo irritado que: “Está bien, está bien, sí, sí, sí, claro, como todos”. Me quedo en silencio un buen rato...

...Él me dice: “¿Te acuerdas de ese amor?” Y ahora yo: “Mm”. Y él: “¿Te acuerdas de algo?” Y yo: “Es triste, siento que hubiera vivido lo que sé que no he vivido, pero todo es tan borroso”. Me dice ahora: “¿Te acuerdas de tu primer beso?” “Mmm”. “¿Acaso no lo recuerdas? ¿No has sentido que todo se resume a eso? A tu primer beso, a tu primer juguete, a la niña que siempre amaste y nunca pudiste siquiera hablarle, a tu primera masturbación, tu primer dolor de muelas, a esa noche en que mojaste la cama, ¡a todas las noches que mojaste la cama! A tu primer cigarro y tu primera borrachera, a la primera vez que hiciste el amor. ¿No recuerdas todo esto? ¿Te acuerdas de tu primera vez?”

Le digo que quién necesita hacer el amor. Y él: “¡Maldición, es verdad, entonces nunca has amado! Nunca amaste a alguien. ¿Nunca sentiste el placer de otro cuerpo desnudo junto al tuyo?” Le digo: “Sí, claro...” Pero él me corta: “¡Entonces por qué no dices nada!” Pienso que son cosas mías, que no debo porque estar diciéndolas por ahí como si yo fuera el centro de este asunto, pero él pronto me corta ya gritando ya riéndose: ¡Maldición, no conoces el amor! El pobrecito no conoce el amor, no sabe lo que es el sexo”. Pienso que es un idiota, qué no lo entendería, pero cómo explicárselo, a ver intentaré por decirle primero: “¡Cállate! Ahora escucha bien, ¿no crees que alguien o algo como yo no debería tener un no-sexo? Me dice riéndose el muy pendejo: “¿No deberíamos tener sexo? Estás loco, la vida sería tan aburrida sin sexo. A lo que me refiero es que el sexo está muy relacionado con las ideas y las palabras, pensamos con el sexo, los hombres con el falo y las mujeres con la vagina. Le digo que está loco y que por favor no me haga reír, que está hablando por hablar, es más, se lo digo así: “¡Hablas por el culo! No me has entendido, digo que sería mejor ser un hermafrodita y que las ideas, las ideas, no deberían tener sexo. ¡Pero bah! Sería mejor que nos calláramos y dejáramos de hablar tanta mierda. Sería mejor que despertaras al viejo para irnos todos de aquí”.

Me dice con una sonrisita en los labios: “¿Entonces este hombre que duerme puede ser aquel que me está soñando? Qué miedo.” Le digo: “Puede, pero por qué no dejas de hablar y lo despiertas ya y nos vamos todos de este puto lugar”. Me dice: “Sabes, me estoy olvidando de todo aquí en este lugar. Mi memoria se ha esfumado. Me gustaría volver a ser niño, saber si tengo una familia, una mujer, hijos, estoy en medio de nada, en este limbo en forma de microbús que se repite constantemente. Quiero bajar de aquí, quiero dejar todo esto, por lo menos volver a recordar, recuperar mi memoria de niño, volver a la escuela, dejar de ser el hombre que soy y reconocer mi primer amor. De verdad, todo esto me da miedo”. Le digo que se calle con un fuerte grito, se calla, pienso que es la única forma de calmarlo, con gritos y órdenes, hablándole fuerte, a ver si así se le quita lo cojudo, pienso que con todo el tiempo que ya lleva aquí el pobre está volviéndose un taradito, parece que se le está olvidando todo, cada día que pasa metido en este microbús es como si volviera a ser un poquito más niño, un hombre viejo anhelando ser un niño. Pero así son lo sueños pues, uno a veces es un niño y de pronto actúa como tal, como lo que está siendo en el sueño. ¡Espera! Pero porque no lo había pensado antes. Le digo raudo, ya al segundo de que vaya a despertar al viejo: “¡Espera! Espera un segundo, no despiertes al viejo, escúchame antes! No lo despiertes aún. Espera un segundo, se me acaba de ocurrir una mejor idea, sería mejor susurrarle al oído algún otro sueño. Dices que tienes miedo, y el miedo es una reacción natural de los hombres a la muerte, pero también es la intuición del mal. Entonces para evitar ambas cosas, la muerte y la intuición del mal, mejor condicionamos el sueño del viejo. Sí, tal como un hipnotizador haría, susúrrale al oído que te sueñe en el preciso momento que la niña que nunca amaste se queda sola en medio del patio a la hora del recreo. Ah, y que las otras niñas estúpidas de costras en las rodillas no se aparezcan por ningún lado. Sí, dile que te sueñe como un niño con traje de superman o de cualquier superhéroe que la niña que nunca amaste admira tanto. Ah, y no te olvides de susurrarle al viejo que te ponga dos helados de fresa en la mano para compartir con la niña. No, mejor uno de fresa y otro de chocolate. Fresa para ella y chocolate para ti. Sé que es mi idea, quizá una aspiración personal, pero te lo juro, sí es una buena idea. Me dice: “Pero a mí me gustan los helados de chocolate. Es triste, ¿no? Con el tiempo hasta olvidas las cosas que de chico te hacían llorar de felicidad. Es triste, había olvidado que los helados de chocolate me gustaban, ahora no los recuerdo, no recuerdo el sabor de los helados de chocolate, no recuerdo siquiera el sabor de los helados”. Le vuelvo a recalcar: “¿Entonces estás totalmente de acuerdo con mi idea?” me lo confirma: “Sí, es algo extravagante, pero es una buena idea”. Le digo que entonces se concentre, que le susurre al viejo que lo saque de este estúpido sueño de estar atrapado en un microbús y lo lleve pronto a ese patio sucio de colegio nacional con la niña que nunca amó. Se lo digo así: “¡Ah, y esta vez sé más valiente! Sé todo un Don Juan, cuando estés frente a la niña acércate y dile... hola, muchacha linda, he venido a acompañarte toda la tarde, durante toda la vida que nos queda en este estúpido sueño de verano... ¡No, mejor no! ¡El hola es primordial! Intenta decirle un hola más dulce, el hola más tierno e inocente que hayas dicho en toda tu vida, el hola de un niño enamorado. ¿Cuántas veces has dicho hola?” Me responde: “No sé, tal vez millones de millones”. “Está bien, cambia todos esos millones de millones de holas aburridos, parcos, irónicos, burlones, estúpidos que has dado en tu puta vida y da uno solo, uno que valga la pena, uno que puedas recordar y revivir durante toda tu existencia. ¡Pero qué esperas! ¡Anda, dile al viejo que te está soñando que te saque de este estúpido microbús! Y vámonos todos a vivir de helados y holas a nuestra niña linda que espera en medio de nuestros recuerdos infantiles en cualquier patio sucio de colegio fiscal.

Se acerca al viejo y le dice suavemente: “Abuelo, hey, abuelo, olvide lo que está soñando. Mire, soy yo el que está siendo soñado y lo que usted está soñando conmigo no es lo que más me agrada. Sabe, es que éste lugar no me gusta para nada. No se vaya a molestar, estar atrapado en este microbús no tiene ninguna gracia para mí y para nadie en el mundo. Aquí todo apesta. Si fuera posible, cámbieme de sueño, se lo ruego, vamos, por favor, se lo agradecería infinitamente. Sé que es posible mudar de sueño, porque los sueños sueños son y la vida vida es. Y los sueños y la vida lo mismo son, o al menos eso dicen. Pero esto es demasiado. Es la misma pesadilla día tras día, segundo a segundo. Siempre eterno. Eterno. Así que creo que estoy en el derecho de pedirle, de pedirle no, ¡de exigirle como sujeto de sueño!, que cambie ligeramente el rumbo de las cosas que me rodean. Sería mejor que le explique lo que deseo. Estaba pensando en muchas cosas que me gustarían para este mi sueño. No se vaya ofender, pero... Mejor imagine esto... Un cielo azul. ¡No, mejor azul no! Todos los cielos son así, yo quiero algo especial, no un cielo azul, ni blanco, quiero un cielo anaranjado... ¡Con nubes amarillas y verdes! Y déjeme en medio del patio de un colegio fiscal, de esos pequeños, con carpetas pintarrajeadas y viejas, de aulas con vidrios rotos, baños sucios y niños sacados como de cuentos de brujas: niños flacos, niños desgraciados y miserables, niños salvajes y héroes, niños bestiales entre las bestias, niños revoltosos, niños santos. Ah, y quiero unas canicas azules con nubes blancas dentro, tal como el cielo de verano, quiero el cielo más feliz del mundo en mis canicas y unas vacas amarillas surcando el cielo. Y ahora viene lo principal. Quiero, señor soñador, señor Morfeo viejo, que me devuelva a la niña que siempre amé. Concédamela en medio del patio a la hora cero, la hora del recreo. Ya casi no la recuerdo, mejor dicho no la recuerdo, ni siquiera sé quién es; así que usted tendrá que completar lo demás, sus ojos de café humeante, sus labios de herida pálida y sus dos colitas negras y exuberantes como mis viejos zapatos de colegio...”


El viejo se ha levantado y le ha dicho con los ojos aún somnolientos: “¿Qué dices, hijo? No te escucho. Ya me levantaste. Dónde estoy. Debí bajarme hace mucho. Gracias por haberme levantado, caballero, quién es usted, ah, bueno, de todas maneras gracias por haberme levantado, ¿dónde estamos, caballero?” Él le ha mirado con la mirada triste, con el corazón afligido tanto como el mío al saber que no era el viejo quien estaba soñando toda esta mierda, y le ha respondido con una pregunta casi susurrada: “¿Qué, no era usted quien me estaba soñando?” El viejo, mirando afuera, a la calle, a través de la ventana, le ha respondido con otra pregunta: “¿De qué habla, caballero? No le entiendo, estoy muy viejo para escucharle bien. ¿A qué se refiere? Hable más alto para que le escuche”. “No se preocupe. Olvídelo, baje con cuidado y cuando llegue a casa abríguese”. “¡Qué dices, no te escucho! ¡Habla más alto!” “¡Digo que se cuide del mal tiempo!” “Oh, no lo permitiré, hombre. Míreme, estoy a punto de cumplir otro año más, ya ni recuerdo cuántos años pasaron desde la última vez que pensé en los años, lo importante es que estoy vivo para olvidar mi edad. Bueno, ahora sí debo bajarme aquí...”

Él piensa que en alguna otra parte del mundo en algún otro microbús, en un tren, en un subterráneo, un avión, bajo un árbol, en una suave cama luego de hacer el amor con la mujer más horrible del mundo, o en la pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que sueña chupar harta sangre al perro que se rasca mientras sueña ser el hombre que dormita en el sofá soñando ser una pulga que despierta y se da cuenta que en realidad alguien más lo está soñando y ese mismo está soñándonos a todos, a todos nosotros en este microbús. Me dice: “¿Crees que sea un hombre o una mujer quien sueña, quien trama todo esto?” Le digo: “No lo sé, quizá sea un estúpido, quizá sea una pulga o ambas cosas”. Piensa que a partir de ahora está solo, que siempre estuvo solo, que la soledad es el telón de fondo de este escenario blanco con aroma a papel. Me dice casi sin aliento: “Entonces debo encontrar a esa estúpida pulga y despertarla de este hedor”.


3/ nota de autor


AQUEL SETIEMBRE EXTRAÑO yo era un adolescente. Terminaba el invierno y cursaba el quinto año de secundaria en un pequeño colegio fiscal de barrio, el mismo en el que el profesor Abimael Rodriguez se gastaba la vida enseñando literatura. Para ser precisos yo era el delegado de su curso, una tarea demasiado fácil debido que a nadie le importaba el curso, y daba lo mismo si yo anunciaba tal o cual detalle, al profesor Rodriguez tampoco parecía importarle mucho cualquiera de mis coordinaciones. La última semana que lo vi se había convertido en la viva imagen de un cadáver andante. Entraba a clases y se enfrentaba como todos los días al desdén e indiferencia que sus revoltosos alumnos mostraban hacia no recuerdo qué poeta estudiábamos aquella vez. Solo recuerdo que los últimos días el profesor Rodriguez no alzó la voz, algo dentro de él se estaba desconectando de a poco. Nombres como Cervantes, Vallejo, Kafka, o Arguedas habían perdido fuerza en sus labios, apellidos que antes él vocalizaba como si se tratara de un juego de silabas nuevas habían llegado a ser simplemente palabras sin acento y sin brillo. A veces se quedaba en silencio y eran unos silencios desesperados. En la escuela alguna vez escuché un rumor que contaba sobre los horrores en el pasado del profesor Rodriguez, un pasado triste cuando había sido destacado a enseñar a un pueblito del interior del país. Los rumores decían que había perdido a su esposa e hijo en la vorágine de los atentados senderistas en las escuelas. Jamás lo confirmé. Él tampoco mencionó en lo más mínimo su historia. Nunca un rumor fue más digno de ser aclarado. Me hubiera gustado no sentir que muchas veces metí la pata con mis torpes comentarios. Recuerdo ahora mismo que en alguna oportunidad al finalizar la clase -no sé si me esté traicionando la memoria después de tantos años-, el profesor salió corriendo, disculpándose ante todos por el apuro, mencionó que debía encontrarse raudo con su mujer e hijo que ese mismo día cumplía 12 años; bueno, tampoco estoy seguro si mencionase doce o cuatro o cinco o quince. Pero de lo que sí estoy seguro fue de lo que sucedió esa misma noche. Por esas casualidades terribles de la vida mi padre me envió de chaperón al cine con mi hermana mayor y su enamorado. En la cola estuve tan aburrido que me puse a observar la gente ir y venir frente a los letreros de neón y los pósteres de estrellas. De pronto, en medio de esa multitud feliz y rebozante de vida, pude distinguir a mi viejo profesor colocarse justo detrás de toda esa masa. Se detuvo al final. La cola siguió creciendo, detrás de él se formaron unos enamorados que no dejaban de besarse encendidamente. Él solo observaba cabizbajo y con detenimiento el billete de la entrada. Busqué con la mirada a su esposa e hijo. Pensé que no estarían muy lejos, que era obvio que estaban los tres allí juntos para celebrar el cumpleaños. Me acerqué a saludarlo y entre palabras van y vienen, al despedirme hice el comentario -que a la distancia del tiempo es el comentario mas torpe que haya hecho en mi vida: "La cola está avanzando ya, y su señora y su hijo aún comprando la canchita, llámelos pronto o no van a encontrar tres asientos juntos, bueno ya, si quiere yo le guardo tres sitios, nos vemos adentro profe..." Pero la ultima imagen que vi de él antes de entrar es la imagen más nítida que tenga de mi adolescencia. Un hombre solo, con el rostro más triste del mundo. Después de tantos años sólo me queda mantener la duda sobre aquellos lamentables rumores, pero me es inevitable volver a ver esta imagen grabada en mi memoria: una sombra absurda, un cuerpo enrarecido por una multitud feliz, acompañando lentamente el avanzar de una cola de ruidosos adolescentes y enamoraditos, noctámbulos felices, tan espantosamente felices, que él, mi profesor de literatura, era solo un guiñapo, una piltrafa humana.

Ayer, viendo unos informes periodísticos que daban cuenta de los desaparecidos y de las fosas comunes en la sierra, me concentré en una mamita declarando frente a la Comisión de la Verdad, y me pareció insoportable pensar en el rumor aquél, el de la pérdida de la mujer y el hijo del profesor. Es cierto que no era dolor, era sino un fastidio, pero no era dolor, cómo podrían dolerme unos desconocidos, era al contrario una extraña sensación, como si alguien a mí también me faltase. ¿Alguna vez has sentido que te envuelve de la nada esa sensación de extrañar por extrañar? Cuando era niño me era inevitable ver a diario una imagen que no fuera la de alguien rematado a tiros y cubierto con papel periódico o la de cuerpos destrozados entre los escombros de algún edificio dinamitado. La muerte gratuita, la muerte como una letanía, cualquier cosa lo recordaba, los diarios, los telenoticieros, los comentarios en el microbús, las conversaciones de los adultos aunque intentaran soslayarlo, bah, un agobio. Sería mejor borrar de mi memoria aquellas imágenes de mi adolescencia, pero no, el tiempo no da marcha atrás, y mi imaginación también me hace una mala jugada. Inmediatamente al ver aquellas imágenes en el televisor pienso en cómo se sentiría el profesor Rodríguez ahora si estuviera vivo, me pregunto sí sería capaz de soportar una y otra vez que le recuerden su condición de mutilado sentimental. Ver en los telenoticieros alguna exhumación de fosas o la declaración de alguien que perdió a alguien es como ver enmarcado en unas cuántas pulgadas un gran dolor, siempre te parece que la Tv va a reventar. Yo, como cualquier adolescente de aquellos años, aprendí a salir de la inocencia al espanto de la manera más natural. Con los ojos embriagados de la niñez me convertí en un sobreviviente, un testigo del horror como todos. Todos acomodamos nuestra memoria y tapamos los recuerdos con cosas más felices. Pero ese rumor. El rumor que se posaba sobre el profesor Rodriguez en forma de silencio cada vez que llegaba a un grupo de profesores o en la formación cuando se celebraba alguna batalla de la guerra con Chile o de la Independencia... Por eso pienso en cómo pudo lograr el profesor Rodríguez soportar tanto espanto hasta que llegó aquel día de la captura del otro Abimael. No sé si la felicidad, o fue la tristeza, la que hizo explotar su corazón aquel día en que absolutamente todos celebramos.

2/ flores para Abimael


Estoy sentado aquí, con mucho frío, solo y triste, leyendo esto. Ahora has venido a posar tus ojos sobre mí. Llegaste en silencio y no has hecho otra cosa que callar. Con tus alas extendidas me cubres. Giras y giras alrededor como preguntando suavemente si quiero ir contigo, y yo te digo casi en silencio, en una sonrisa... Pero de pronto estoy en este caracol, con esta sensación de intuir cerca el mar. Y entonces el ahogo, el temblor en mi cuerpo. Me abandonas. Huyes. Vuelas tan lejos y tan alto que ya no logro verte más. Y me quedo sentado, esperando, volviendo a contar los días y los segundos de este paraíso artificial.

sábado, mayo 13, 2006

1/ Introducción


EN SETIEMBRE DE 1992, al día siguiente del anuncio de la captura de Abimael Guzmán, apareció en un rincón escondido de un periódico local la noticia más triste que haya leído jamás. La nota informaba de la muerte de un viejo profesor de colegio dentro de un microbús. El artículo estaba redactado de una manera grotesca, hasta el punto que cualquiera hubiera pensado que se intentaba hacer un mal chiste, una caricatura periodística de la muerte súbita y no violenta de un hombre a quien los pasajeros confundieron "como un hombre ebrio que dormía a pierna suelta en el microbús, que durante todo el viaje tuvo el rostro pegado a la ventana, resultó ser Juan Abimael Rodríguez Castro(47), quien ya cadáver hacía el recorrido por toda la ciudad..." Así describieron a quien fuera mi profesor de literatura aquella extraña primavera de 1992. El anuncio lo hizo el director en la formación, luego todos los alumnos corrimos al periódico mural de la entrada del colegio a leer el pequeño recorte periodístico mencionado. Lo que jamás se indicó fueron las causas del deceso del profesor, tal vez un paro cardiaco, un derrame cerebral, quién sabe, tal vez fue sólo la tristeza o la felicidad que le produjo la noticia de la captura del siglo. Pensar que también la felicidad te puede matar me produce espanto. Y es que los últimos meses el profesor Rodríguez había perdido la noción de la vida y el entusiasmo por los días y noches en este mundo, vivía atrapado en otro. La poesía de vez en cuando lo hacía volver a nacer. El olor de los libros siempre lo estremeció, sobre todo eso, el olor del papel que para él era, como siempre decía, la conjunción de todas las flores.
La tarde en que el profesor Rodríguez falleció dejó regado en el piso del microbús el manuscrito de una novela que hacía mucho venía trabajando. Alguna vez en clase mencionó que era una novela "aporética". Lo recuerdo nítidamente porque nos hizo buscar a todos en el diccionario la dichosa palabra. Pero el significado se me ha quedado grabado no tanto por lo que encontramos (Aporético. Perteneciente o relativo a la aporía. Aporía. Enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional), sino porque luego todos hicimos un comentario burlón: "Profe, osea que lo que usté tá escribiendo nadie lo va a entender. No sea malo pe profe". Nunca se despegaba de ese cuadernito rojo. Probablemente esa misma tarde de su deceso también escribió alguna aporía. Tal vez su vida entera hasta el último minuto, incluida su muerte misma, fuera una aporía. En el reporte periodístico no le dieron importancia a ese manuscrito, sólo mencionaron del hallazgo: "un cuaderno de notas rojo en el regazo del cadáver que será motivo de investigación". Nosotros en clase sabíamos el título del manuscrito: Flores para Abimael. La letra era torpe y temblorosa, lo sé porque una vez le dije al profesor que me permitiera ojear su cuaderno, él gustoso me lo ofreció. Creo que le agradó que al menos alguien, siquiera uno de la clase, se interesara en su novela aún en construcción. Cuando abrí el cuaderno rojo, las páginas olían extraño, no tardé mucho en regresarlo a su dueño quien lo cogió con el rostro extrañado primero y acongojado al final. Luego hizo el ademán de intentar preguntarme algo, pero se reprimió. Imagino que hubiera querido preguntarme si había leído algo que me interesara, pero fui tan obvio que entendió la inutilidad de cualquier pregunta, y calló. O tal vez hubiera querido prestarme el cuaderno para que me lo llevara a casa, no sé, cómo saberlo. Jamás tuve otra oportunidad de hablar del tema. Sabe Dios a dónde fue a parar aquel manuscrito luego de que los policías se llevaran el cadáver a la morgue.

Desde entonces sólo he pensado en ese libro que nunca nadie leyó. Dicen que a veces uno escribe lo que en el fondo desearía leer: y he deseado tanto tener aquel manuscrito entre mis manos, y que por alguna razón misteriosa y fantástica se me concediera la oportunidad de posar, aunque sea un segundo, mis ojos sobre aquellas páginas. He deseado tanto aquello, tanto que finalmente he terminado escribiendo Flores para Abimael.

Me he dejado arrastrar por el tiempo para imaginar cada página, una por una, de este inasible título. Cada noche, poseso y enloquecido, escribo obsesionado por la figura de aquel hombre-cadáver que se quedó dando vueltas y vueltas en la ciudad sentado en un viejo microbús como colgado en el tiempo. Noches y páginas van y vienen, y la imagen de aquel maestro-poeta-amigo lleno de miedo y también de asco se fue haciendo más borrosa para mí hasta el punto de fundirse con aquella oscuridad que tiene el papel en blanco. Y por el contrario el horror que producen los hombres en su búsqueda de la felicidad se fue haciendo en mí más nítida e insoportable. Llegaron días en que se me hizo tan difícil continuar escribiendo, pero he continuado escribiendo. Hay muchos escritores que no se sientan frente al procesador de textos sin tener la trama y la configuración de los personajes a los cuales van a dar vida. En este caso nunca he sabido, aún no lo sé, hacia dónde va cada palabra que escribo, sólo me embarga esa gran mezcla de angustia, desesperación y embriaguez mental. Así toda noción de tiempo es nula. Toda intención de dirigir el sueño se va de inmediato. Simplemente no soy yo el que trama.

Con el correr de los años he terminado por convencerme que solo con las palabras, con cada palabra escrita, uno construye un hogar para quienes quiere. Claro, también existe el riesgo de que ese hogar se convierta en un infierno.
Pero fundamentalmente quien escribe una novela va aprendiendo, palabra a palabra, a saber quién es cuando "no" escribe la novela. Y uno así aprende a ser feliz con cosas invisibles, debido a que ahora ya tiene una manera de hacer visible lo invisible. Por ejemplo ahora: convocar a un amigo muerto, y además otorgarle la oportunidad de volverse a enamorar, dibujar una mujer para él (puede ser una mujer sin rostro, pero igual la amará con fervor) o un hijo que no tiene nombre (pero igual llamará a gritos).
Amigo lector, ahora usted es mi cómplice. Mi amigo, el profesor Rodríguez, encontrará vida fuera de estas páginas sí usted es capaz de imaginar conmigo. Mi amigo, el profesor Rodríguez, volverá nacer en vuestros ojos, porque ahora vuestros ojos serán los pies de mi personaje protagonista. Por lo tanto este libro es la búsqueda de una mentira, y en esa mentira el hallazgo de una memoria perdida. Sin embargo, esta historia es ante todo un homenaje al amigo que me enseñó a amar la literatura, aquel que guió mi puño en mis primeros cuentos, hombre de pasado misterioso que un día llegó hablando de libros y otro día se marchó –o no- en un viejo microbús a encontrar otro rumbo hacia la verdadera felicidad. Profesor Rodríguez, ese mundo en donde jamás se dijera la palabra terrible, ese mundo de poesía que desesperadamente usted anheló finalmente abrió sus puertas. Bienvenido a casa amigo. Queda abierto para usted este mundo con olor a "conjugación de todas las flores".
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